Gourmets investigadores
Sherlock Holmes le dedicaba suficiente atención a la cocina, a pesar de haber dicho que las facultades mentales se afinan cuando se les deja caer en la inanición. Sin embargo, esto solo es elemental para quienes leen con cuidado la descripción de sus casos, ya que otros se engañan por su afectado desinterés por la buena mesa.
El famoso detective inglés “nació” el 6 de enero de 1854, y, más que muchos personajes reales, todo lo que se relaciona con él sigue apasionando a miles de personas.
Como Holmes era un gourmet y su amigo John H. Watson no se le quedaba atrás, hay varios establecimientos dedicados a recuperar y preservar lo que serían sus menús favoritos.
Menús
Su residencia estaba en Londres, en el número 221-B de la calle Baker. A pocos metros de allí, en el número 108, está hoy el Sherlock Holmes Hotel, con un desayuno de esos que preparan como un antídoto contra el mal tiempo británico.
Precisamente, la afanada señora Hudson, la casera de Holmes, hacía honor a la costumbre de privilegiar el desayuno como la comida más importante del día, lo que se le reconoce explícitamente en el cuento “El tratado naval”. En su mesa, ese primer bocado era toda una institución.
El menú debe de haber incluido carnes frías, jamón, tocineta, riñones asados, pescados secos y huevos; avena, tostadas, panecillos, exquisitas mermeladas y té o café. Incluso, en ocasiones especiales, no sería raro que se sirviera también pollo al curry si la neblina ganaba la partida.
En cuanto a Sir Arthur Conan Doyle, que mucho tiene que decir en esta historia, se rumora que le gustaba llegar a un típico pub inglés, en el 10 de la calle Northumberland, a tomarse una pinta de cerveza, cuando aún se llamaba The Northumberland Arms.
Haciendo honor a la predilección de Holmes por las aves –faisán, pollo o pato–, en dicho hotel preparan todavía un “pollo a la Holmes” que encanta a los parroquianos. El nombre de aquel pub también se cambió por el del detective.
Almuerzo
Hay un detalle que sabemos con seguridad, y es que tanto a Watson como a Holmes les encantaban los huevos revueltos, aunque en ocasiones los comían pasados por agua o duros. El almuerzo no era el favorito del detective londinense debido a su agitada vida.
Como muchos ejecutivos de hoy, Holmes a menudo pasaba simplemente con un sandwich o un trozo de pan. En cuanto a la cena, era quizás el preludio de largos viajes o difíciles y peligrosas indagaciones nocturnas.
Si el dúo cenaba fuera, mostraba su gusto cosmopolita, que iba desde pastas italianas hasta la exótica cocina de la India, a la que Watson se aficionó cuando sirvió allá como militar. La predilección por la cocina romana debe de haber crecido durante los múltiples viajes a Italia, tanto en investigaciones del papado como en otros asuntos, entre ellos “El caso de los camafeos del Vaticano”.
Cocina victoriana express
Cuando se quedaban en la casa, la comida probablemente comenzaba con una buena sopa, seguida por alguna carne, las infaltables papas y algunas verduras. Todo se acompañaba de pan recién horneado y buena mantequilla. Para cerrar, un buen postre: flan, pastel de frutas o queque de capas.
La cena era la última comida del día en aquella época victoriana. Podía reducirse a una simple taza de café o té con tostadas, o bien ser muy formal, después de una ida al teatro o en sustitución de una comida que hubo que saltarse.
Por lo tarde de la hora, no estaría levantada la señora Hudson (escocesa, por cierto, como el doctor Conan Doyle), por lo que Holmes debía practicar su talento como chef, que en fecha reciente ha comenzado a ser revindicado.
Los entendidos suponen que, durante una prolongada estadía en el sur de Francia, Holmes aprovechó para estudiar la sabrosa comida regional, que posiblemente practicaba en esas ocasiones. En “El noble soltero” vemos que él también utilizaba los servicios de alguna empresa de comida a domicilio.
Vinos y carnes
En una ocasión, a las seis de la tarde y en ausencia de Sherlock, Watson recibió a dos empleados que se apresuraron a poner sobre la mesa una exquisita cena fría. Entre los delicados manjares había varias aves y un pastel de paté fino, acompañado todo de añejos licores, entre los cuales sin duda figuraba un buen Oporto, que gustaba a ambos investigadores. Con ello, Holmes esperaba, evidentemente, impresionar a un caballero de la nobleza, que era su cliente del momento.
Es probable también que tanto Holmes como Watson comieran frecuentemente algo comprado en los puestos de venta de comida de la calle. En sus menús, estos vendedores –toda una institución londinense– incluían desde desayuno caliente hasta mariscos, sopas, papas, queques y pasteles, naranjas y nueces.
En “La aventura del carbunclo azul”, el ganso asado –platillo navideño preferido de Holmes– figura como punto central del argumento. Tampoco desdeñaba otras carnes: en “Resplandor de plata” brilla un cordero al curry, en el cual el sabor del opio en polvo era indetectable.
Lo elemental, amigos, es que Holmes y el querido Watson solían disfrutar tanto la buena comida como resolver los difíciles casos que les confiaban.
Artículo de Marjorie Ross. Autora/ Investigadora
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